Cada 15 de septiembre,  México recuerda aquella madrugada cuando el Cura Miguel Hidalgo y Costilla, enarbolando un estandarte de la Virgen de Guadalupe, hizo tañer la campana de la Iglesia de Dolores Hidalgo, llamando a la rebelión contra la dominación española.

Hoy a 202 años de la fecha, el Presidente de México sigue encabezando la ceremonia desde el balcón central de Palacio Nacional, en el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Los cronistas coinciden en que este momento es el que más marca a nuestros gobernantes. Pocas ceremonias transmiten ese fervor, esa fuerza para el que gobierna. El enarbolar la bandera tricolor, salir al balcón central, gritar “Viva México” ante la multitud calculada en unas 200 mil personas que ocupan la plancha del zócalo, y al día siguiente encabezar el desfile militar, hace crecer al que gobierna.

Esta ocasión fue la despedida de Felipe Calderón, Presidente en funciones desde el 1 de diciembre del 2006, entregará la banda presidencial, símbolo del poder, a Enrique Peña Nieto que gobernará durante seis años.

El balance del gobierno de Calderón tiene muchos claroscuros, a pesar de la crisis del 2008-2009, que tiró las bolsas del mundo, la macroeconomía cierra con cifras optimistas, pero estas no se han visto reflejadas en los bolsillos de la microeconomía.

La falta de empleo, sobre todo entre los jóvenes universitarios, el aumento del ambulantaje, la multiplicación de los “ninis”, aquellos que ni estudian ni trabajan, el aumento de la canasta básica, la falta de confianza para invertir en México debido a la violencia.

La seguridad pública, sin duda es sin duda, la piedra en el zapato de la administración. Hay que recordar que hace seis años, la elección fue muy cuestionada. Felipe Calderón del partido Acción Nacional, ganó con un muy estrecho margen del 0,58%, sobre Andrés Manuel López Obrador de una coalición de partidos de izquierda. Una campaña sucia en su contra, logró restarle votos, por lo que el resultado fue impugnando y siempre quedó de la duda sobre la validez del resultado.

Hoy la película se repitió con un elenco casi igual. Andrés Manuel López Obrador volvió a competir y volvió a perder en los conteos oficiales contra Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que nos gobernó durante 71 años, perdió hace 12 contra Vicente Fox,  hoy regresa con una imagen renovada, pero con las mismas caras, algunas marcadas por la corrupción y el abuso del poder.   

Nuevamente el Tribunal Federal Electoral, la última instancia que califica la elección falló a favor de Peña Nieto, ante las inconformidades y pruebas de la coalición de partidos de izquierda, de una serie de conductas ilegales que no pudieron probar y que buscaban anular las elecciones sin lograrlo.

Muchos criticaron a López Obrador por lo que llamaron su obstinación por el poder,  les hubiera gustado verlo alzando la mano a su oponente Peña Nieto. El legado de AMLO está en terminar con todas las prácticas sucias que si bien no llevan directamente el voto a las urnas, si consiguen golpear a los oponentes y restar votos. Encuestas tendenciosas que influyen en el voto, candidatos manejados y preparados por el poder fáctico de las televisoras privadas, entrega de dádivas a cambio del voto, sindicatos que apoyan a cambio de posiciones. Su lucha sin duda se ha reflejado en cambios a la ley electoral.     

Andrés Manuel López Obrador decidió separarse del Partido de la Revolución Democrática, el PRD, partido que ayudó a fundar y dirigió,  y lanzar un nuevo partido denominado “MORENA”, “Movimiento de Regeneración Nacional”. Tendrá que seguir los pasos exigidos por la ley para constituirse en partido político, pero hacia allá se dirige. Esto libera al PRD para moverse sin la guía y sin el lastre de tener a un líder enfrentado con el gobernante en turno, también le dará margen de maniobra a AMLO para poder crear una estrategia propia, sin tener que negociar con la dirigencia del partido. Lo que suceda con los partidos de izquierda en México o termina con atomizarlos y separarlos, o los une en una fuerza que compita con éxito en la elección presidencial del 2018.

Lo que vendrá durante los próximos seis años, es un enigma, Enrique Peña Nieto, lleva al PRI de regreso al poder, tras una pausa de doce años con los gobiernos de Vicente Fox, y de Felipe Calderón. Sin duda sus dos principales tareas serán lograr el bienestar que no ha alcanzado a llegar a la gente, crear los empleos necesarios para los cerca de dos millones de mexicanos que se suman cada año a la fuerza laboral,  y terminar con el baño de sangre que suma ya más de 50 mil muertos en el sexenio de Calderón.

Para hacerlo Peña Nieto tendrá que terminar con viejas prácticas que lastran al país, como el corporativismo sindical, el atraso que significa negociar con sindicatos como el de Maestros y su eterna lideresa Elba Esther Gordillo, negociar acuerdos con la oposición en el Congreso,  que durante doce años ha frenado cualquier intento de modernizar la Ley Laboral, la Ley Hacendaria, la apertura a la inversión  privada en Petróleos Mexicanos y hacer cualquier cambio que permita la modernización de México.

En la manos de Enrique Peña Nieto está cambiar la precepción que se tiene de él, de ser un joven líder con una imagen pulida desde hace más de seis años por la televisión privada y por otros intereses dentro del PRI, sin una agenda propia,  con una gran incultura, todo para regresar el poder a unos cuantos, él tiene la palabra.          

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